UNA VISITA A LA ATALAYA
Ferdinand R. Cestero El Jíbaro del Dorao
Pal querío compañero y cataol Alfredo Margená
Mi querío Malgená: en la Atalaya de los dioses me tiré ayel para allá. Monté en mi yegua preñá, y encantao, cojí el camino pol la estancia e ño Canino, pal almiral esa Atalaya, que me dio seña Olaya que es cosa de alte devino.
Yo soñaba que estaría cobijá de plata y oro, y en el poltón, que era un tesoro cuajao de pedrería. Que, pol lo menos, tendría un Batey abrillantao, y cada estante cuajao de rubíes y esmeraldas, y colgando unas guisnaldas po arriba del soberao.
Quería ver esos poetas sentaos en tronos de plata, cantando una serenata sin peldel ni dos cualtetas ver unas fuestes secreta manando chorros de aromas, y como diezmil palomas volando por un Edén, y turpiales, más de cien, cantando pol veldes lomas
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Que el pelfume allí llovía pol la cumbre e la Atalaya, y una helmosa Guacamaya entre la selva encondía. Que too era allí poesía, música y cantos de amores, que había flores, muchas flores, toítas regás pol el suelo, polque aquello, ique era un Cielo poblao de ruiseñores.
Pero compae, me jundí... pues toíto pinchao de maya en la condená Atalaya naíta de bueno vi. Pol un corral me metí pa encontral a los poetas, que estaban toos en chancletas y toítos encantaos comiendo unos bacalos con cebollas y galletas.
Me ladró un perro po allá; y cruzó un puelco el Batey; y oí que cantaba un buey; una plena aserená. Una chica esgaritá me fajó por la caera, y como si no ocurriera me dijo un Atalayista, que eso era golpe de altista de madrigal y quimera.
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Me quedé tumbao y quieto; los poetas me rondearon, y allí mesmo me entonaron la salmodia de un cualteto. Sin cuidao ni respeto me pincharon las costillas, se pusieron de rodillas en medio del soberao y cantaron un "Lau-Dao" en unas peras quintillas.
Enséñeme los trupiales que ustedes tienen cautivos, y berrean como chivos en sus jaulas de cristales. ¡Las gallinas celestiales que ponen huevos de plata; el burro que da la pata con su pezuña de jierro, y el dulce y canoro perro que canta la serenata!
¿Aónde está el buey del rosal que entona la petenera, que se tragó una quimera y una estrella sideral? Yo quiero vel y miral la vaca que canta azul, y arropalme con un tul, con que Malgená se arropa dispué que bebe en la copa de los cielos de Estambul.
La Atalaya, yo creía, que era toíta de alabastro, y que en cada piedra, un astro resplandecel se veía. Pensé, también, que vendría del Cosmos la transparencia, marfilina consistencia, y me jallé de improviso que el soñado Paraíso me esbarató la concencia
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Dije adiós a los poetas que allí estaban agachaos, entonando esgasnataos unas raras cantaletas. Me dieron dos gallaretas como si fuera un tesoro, y toos juraron a coro que esas dos aves devinas, celestes y peregrinas, eran pájaros de oro.
Cuando a mi pueblo llegué le dije a mi jembra, Malta: que mal- rayo de Dios palta la Atalaya que jallé. Too lo que yo renegué no es pa dar derplicación, mas los Dioses del Torreón se llamaron mis helmanos, y parecían enanos, y de a veldá que lo son.
Pa almiral ese Parnaso abandoné mi bohío, y le juro, amigo mío, que mi viaje fue un fracaso. El gran caballo Pegaso de esos Dioses, tan famoso, dio un relincho estrepitoso, me dio la sola patá... y eso, dijo Malgená, que era un SONETO glorioso.
Oiga, helmano Malgená, le dije con gran respeto, y a eso llama usté Soneto, como el que no come ná? Y me contestó:-ya está usted aquí consagrao; y váyase pal Dorao a decirle a María- Olaya lo que vale esta ATALAYA adonde lo hemos laureao.
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