Amado García Alonso
(1904- ? 13 de octubre) Natural de Guayama. Puertorriqueño. Poeta y tipógrafo. Se inicia con el grupo Atalayista. Usó el pseudónimo Odama Osnola. Y también Amado Alonso. Trabaja en el El Imparcial y El Mundo en las labores de su oficio. También escribe como periodista en El Vocero. En 1967, publica el poemario De mi almático rosal. En 1977 saca Motivos en azul. En 1977, De mi mundo interior, aunque su producción se remonta a versos en revistas y periódicos desde finales de los años 20. Fue miembro de la Sociedad de Autores Puertorriqueños y de la Casa del Autor Puertorriqueño. |
HERMANO HOMBRE
Hermano hombre... tú y yo, somos uno mismo, hechos del mismo barro, por el mismo escultor que no conocimos, pero que vive en ti y está conmigo.
Si es así... por qué no entrelazamos nuestros pensamientos para que vivamos con mejores sentimientos.
Si tu dolor, es mi dolor; si tu alegría es mi alegría, hagamos la vida con amor en rocicler de armonías.
Vayamos a honduras de alma a buscar las joyas preciosas que la hermandad reclama para hacer la vida, más hermosa.
Vamos a gozar de las luces que hay en el mundo interior, y en vez de cementerios llenos de cruces levantemos banderas de amor.
Hermano hombre... haz que brille nuestro barro limpiándolo de impurezas, si es que somos hermanos por qué vivir, eterna guerra.
No desperdiciemos la sangre que corre por nuestras venas, en luchas que traen, miseria y hambre, y enlutecen la vida con crespón de penas.
Busquemos tú y yo, el luminoso camino por donde transita Dios guiando nuestro destino.
Y cuando lo encontremos, libre de abrojos y espinas, nuestros corazones alcemos para cantarle a la vida.
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Poema erótico
Sensualismo
Estatua de carne, que me fascina; flor de deseo déjame acariciar tu polvo perfumado con las tijeras de mis dedos; y mirarme en los vasos lumínicos de tus ojos, y envolverme en la música de tus labios, presa toda tú, en las ramas de mi cuerpo.
Y que vibren los violines de tus carnes, al contacto de la ballestilla del placer, y que el vals del sensualismo, dancen nuestras almas pecadoras, bajo el macabro miné de las blancas rosas de los cielos, que se abren lujuriantes en los cósmicos cármenes, donde el sol ―el león de los astros― asoma sus carcajadas de luz.
Ven a mí, Eva tentadora; déjame acariciar las algas de tu pelo, y depositar en ellas las vibraciones de mis labios, y palpar tu pureza con las manos de mis ojos, y que brote del Vesubio que oculta nuestro pecho, la lava del sensualismo que calcina nuestros cuerpos.
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